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La complicidad social deviene en degradación colectiva
El presente artículo me lleva a una reflexión no por sabida, menos obviada, todos pasamos a lo largo de nuestra vida situaciones en las que sufrimos la injusticia y esta nos afecta en el futuro sin saber bien como lo va a hacer, nos puede volver temerosos, indecisos, agresivos, justos… pero actúa de una forma clara sobre nuestro comportamiento.
Habitualmente convivimos con esta situación habituándonos a ella, en otras ocasiones la adoptamos como patrón de conducta de forma mimética, de cualquier manera si no tenemos la fortuna de tener unos criterios firmes y lucidos, lo más posible es que subvirtamos la ética más elemental, en aras de una adaptación al medio.
Aquí es donde la sociedad juega un papel clave, pues esta degradación personal descrita anteriormente, no tendría cabida si fuésemos capaces de mantener un compromiso ético, primero como individuos y paralelamente como sociedad, pero esta suele mirar hacia otro lado en situaciones comprometidas, dejando al afectado ante una soledad de la que suele nacer el odio irracional, que marca al individuo para el resto de su vida, pudiendo expandirse como una mancha de aceite, deviniendo en grupos marginales que en ocasiones son aprovechados por sectores del sistema para intereses espurios.
Esta complicidad social, del “No va conmigo”, evidentemente nos va degradando en nuestras conquistas como personas; ¿donde queda entonces la dignidad?
Creo firmemente que una sociedad sana, debe de tomar en cuenta que la educación no se circunscribe en exclusiva a las escuelas y a las familias con ser básico. Los medios de comunicación son también en una sociedad mediática, elementos decisivos de transmisión de normas de comportamiento éticas.
Quizás la llamada sociedad civil desde sus infraestructuras construidas con mucho esfuerzo y pocos medios, tenga que, sin ocupar funciones ajenas, potenciar la toma de conciencia de las instituciones y “vigilarlas”, para que la sociedad y obviamente los individuos que la componen, no acaben siendo succionados por el propio sistema, que desde su globalización económica, pervierte los valores más elementales en aras de una competitividad sin medida, ciertamente perniciosa.

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